¡Ray, baja!
Era viernes, y los viernes siempre lo escuchaba gritar.
De hecho, esperaba con ansias que viniera. Todos me gritaban lo mismo, pero su tono era distinto.
La panza se me explotaba y las manos me sudaban, siempre, eso nunca cambió.
Y era él “mi amigo”, el de siempre, Fabio.
Asomaba media cara para decir que me alistaba y bajaba, pero mentía. Estaba lista hace 2 horas, me demoraba un poco a propósito, no podía ser tan obvia. Yo sabía que él jamás me iba a mirar como yo quería, pero igual, había una cosquilla, mínima, que guardaba ilusión.
Bajo, y es obvio, está ahí, porque no me esperaba en el parque, iba hasta la puerta y de ahí nos íbamos juntos al parque. Siempre peleábamos porque me tardé en bajar, no le contesté el teléfono, o yo le decía que ¿por qué había estado en una fiesta y no me dijo? Éramos tan tontos que me da vergüenza admitir esto.
Al llegar al parque, la secuencia era la siguiente:
Saludaba a todos y la respuesta era: “Llegó la sometida a que, si Fabio no la busca, no sale”
Buscábamos un lugar donde pudiéramos estar juntos, pero muy juntos, no bastaba un poco.
Procedemos a tomarnos de la mano, ¿por qué? Hasta el día de hoy no lo sé, pero nos tomábamos de la mano.
Echar cuentos hasta que fuese mi hora de tope.
Me acompañaba a la puerta, nos despedimos, pero siempre eran de esas despedidas que no queremos terminen, siempre queríamos refill.
Esperar con ansias al día siguiente porque sabíamos que nos tocaba vernos dos días seguidos, viernes y sábado, a menos que me tocará ver a mi familia en Valencia, en ese caso todo nuestro plan se hacía mierda.
Igual, si te digo la verdad, mi secuencia favorita era cuando no había grupo, iba así:
¡Ray, baja!
¡Voy!
Abrazo
Caminamos de la mano saltando y dejando nuestros deseos no dichos en cada pisada a los muritos de la residencia.
Sentarnos en la entrada del edificio, si estaba ahí mamá estaba más tranquila, y nosotros, la verdad, más cómodos porque podíamos estar más tiempo tomados de la mano.
Siempre de la mano, claro como si eso alcanza.
Como estas tengo millones de secuencias que amaba.
Fabio era muy inteligente, aunque muchos le decían cosas porque no había terminado la universidad, yo sabía lo que le apasionaba la kinesiología y el cuerpo humano, sabía mucho, podía escucharlo hablar horas de los huesos, de cómo estamos compuestos, de todos los términos que usamos mal, nunca paraba de corregir.
Fabio me preparó durante semanas para mi prueba de admisión en la universidad de medicina y cuando tomaba mi mano para explicarme algo pasaban cosas en mi cuerpo que no se podían estudiar, pero igual aprendí mucho. Aunque después decidí que no quería estudiar medicina, prometo que me preparé, también me enamoré, lo que me hace muy superdotada porque mate dos pájaros de un sólo tiro.
Ah, acabo de recordar una secuencia que no me gustaba.
Me dejaba de hablar por cosas tontas, las mismas por las que peleabamos, pero recuerdo patente un día que me rogó que bajara a ver el boceto del tatuaje que tanto había esperado, y no pude.
No porque no quisiera, sino porque ese día me sentía un monstruo, nunca supe bien. Y si alguien me miraba, temía romperme. Sobre todo si era él.
No alcancé a asomarme al balcón, sólo pude decir 15 “no” seguidos por facebook y estuvo más de 5 días sin hablarme.
Hubo reuniones en el parque, juntadas a merendar y en ninguna me habló, no me miraba, hablaba para todos menos para mí, y yo me hacía chiquita y siempre me iba, esta vez sola, no de su mano, llegaba a la puerta muerta de miedo, no porque corría peligro sino porque simplemente no estaba él y era mi espacio seguro.
Es la última imagen que tengo de él, porque desde esa vez nada fue igual, no nos tomamos más de la mano.
Nunca pude pedirle perdón por no acompañarlo en su emoción por su tatuaje pero hasta este momento que estoy desbordando mi pluma acá el no sabe la batalla interna que vivía porque quería que él me viera, y sólo hoy me doy cuenta que siempre me vió, pero no como yo quería y yo no estaba preparada para estar cómo él lo necesitaba.
Moriré guardando en mi corazón que siempre nos amamos y no encontramos palabras en nuestros universos desquiciados para confesarlo, por eso nos tomábamos de la mano cada que podíamos.
Nos tuvimos como pudimos.
¿Nos fuimos cuando tenía que ser?
Supongo que también nos despedimos como pudimos.
Fabio ya es kinesiólogo y tiene un amor.
Yo sigo saliendo con una mano extendida, como si alguien aún supiera leerla.
Me aterra volver a perder la oportunidad de un adiós, y un abrazo digno de lo que vivimos.
Si te fuiste sin despedirte, o si te dejaron con el 'chau' atorado en el pecho…
Este video es ese abrazo que no pudimos dar
Con amor,
Ray❤️