Era como caminar en el bosque sin miedo, viendo un rayito de luz del sol al final del camino, el sol que calienta poquito y te hace sentir viva a lo bonito.
Era respirar sin angustia en medio de las 12 horas oscuras siendo cajera del chino.
Era ese apretón de manos que me daba mi mamá cuando no veía que venía un auto.
Cuando él me leía cuentos atravesaba esa pared que durante el día me gritaba que estaba sola.
Me sentía como los guayoyos con pan dulce junto a mis primas a las 5 de la tarde.
Una noche lo llamé y sus respuestas estaban bajo cero.
Le pedí un cuento, me dijo que no, pero él siempre me respondía así jugando.
Yo me reí y se lo suplique desde la ternura que despertaba en mí el juego del sí y el no.
“No”
Pude escuchar el desinterés y las ganas de salir corriendo de esa llamada.
No paré de insistir hasta llorar.
“No, no te voy a leer nada, chao”
Me colgó.
Ese día me hundí, y no en el colchón porque ya se había desinflado, ya dormía en el piso, y los cuentos era lo único que me sostenían.
Esa noche me cayó la ficha de que tenía que despertar porque no había más cuento que pudiese sacarme del abismo en el que vivía.
Odiaba mi vida y ahora había otra cosa que odiar, él no me amaba.
Sólo me quedó un colchón desinflado y 12 horas parada al día siguiente.
¿cuando me queda amor?
Me voy,
Amor y brillitos,
Ray.