Le dije a mi amiga, que como yo, y seguramente como tú, está habitada por la sobreexigencia, que nos están vendiendo contenido muy producido como "espontáneo". Esto nos lleva a lugares muy darks, haciéndonos creer que si no hacemos todo con esa misma calidad, es muy difícil llegar a más personas. Pero juntas nos recordamos que lo importante para nosotras es nuestro propósito personal y el impacto, no la masividad.
El problema es que a veces no puedo dejar de pensar en cómo esto puede hacernos sentir vergüenza de lo que somos, porque no es "digno" de ser visto, porque no es "aesthetic". Yo amo el placer visual de la estética, pero también odio el monstruo interno que juzga todo lo que ve, eso que le llamamos "criterio" o "ojo de editora". Sorry, es un monstruo que se pierde de muchas riquezas de lo cotidiano: del error, de la caída, de un papel arrugado y de un perfil que no es el favorito.
A veces olvido lo que soy y lo que he construido porque aún falta mucho. A veces veo miradas perdidas en los rostros de mis amigas porque están atravesadas por un "otro" llamado "algoritmo". Aunque siempre es divertido echarle la culpa a Mark, quienes lo alimentamos somos nosotros. A veces encuentro en mi casa partículas de mi vida que me fui sacando y escondiendo porque no son fáciles de digerir. Y todo tiene que ser rápido de comprender, nadie se quiere detener a prestar atención más de 5 minutos, a veces ni yo lo quiero.
Por momentos pienso mucho en todo lo que soy y no muestro, muchas veces porque no quiero, otras porque me avergüenza, otras por el "qué dirán" y otras porque "no tiene nada que ver con lo que siempre publico". Hay mucho en mí y en mi hogar que no muestro y me habita, me atraviesa, me quema, me eleva, me construye y me mata de a poco.
Soy el café horrible que preparé hace 3 semanas. El cuadro incompleto que tengo escondido. La ropa sucia al lado de la cama. La silla acumuladora donde apoyo el iPad para ver Gilmore Girls antes de dormir. Los pinceles tiesos que no cuidé y no boto porque prefiero seguirme culpando. El vino abierto que ya no me puedo tomar. Los Vans destruidos. La franela con huecos que tiene 7 estrellas. El suéter que perdí en el viaje. Las medias sin par que aún uso porque no quiero hacerlas sentir mal y tirarlas porque no están en pareja.




No puedo parar, también soy el té que se enfrió porque disocié y me puse a hacer otras cosas. El aceite de ricino que ya no uso. Todos los libros llenos de polvo que nunca entendí. La silla que no he lijado. Las llamadas que no hago porque mejor en otro momento. Los "te quiero" que me da miedo decir. El plato sin lavar del almuerzo. La bombilla tapada. Los pies sucios antes de dormir. La no respuesta de él cuando le dije que lo quería. Un viaje que nunca va a pasar. La pared sucia porque apoyé sin querer mis zapatos. La grasa acumulada en la cocina. Las lágrimas antes de dormir porque me siento sola. Las medias en el escritorio después del Pilates.
Todo eso y lo poco que se ve, soy.
Lo más alarmante para mí de esto, más allá de lo que nos venden, es ¿QUÉ ES LO QUE YO ME ESTOY VENDIENDO DE MÍ? ¿QUÉ ME ESTOY DICIENDO? ¿QUÉ ME ESTOY MOSTRANDO? ¿QUÉ ME OCULTO?
No soy mi peor enemiga, pero tengo la capacidad de serlo. Y antes de eso, me ahogo un rato en preguntas y vomito todo esto. Cuestionarme todo es mi lenguaje del amor, de autocuidado, mi poder.
Y, mi podcast es la prueba de esto.
Con amor y el alma en la mano,
Ray.